La precuela de la saga de John Wick llegará en un sangriento estreno digno de la saga

John Wick revolucionó el cine de acción de la misma manera que Jackson Pollock revolucionó el mundo del arte con su Action Painting. En el caso de Wick, las salpicaduras sobre el lienzo de la pantalla suelen tener un color sospechosamente parecido al de la sangre. Más aún, si en 2014 la aparición de Keanu Reeves, trajeado de asesino implacable, puso patas arriba el cine de acciónmainstream fue porque, más allá de su propia mitología -una distopía en la que el mundo está en manos de clanes criminales presididos por la denominada Alta Mesa-, la trama y la narrativa convencional quedaron reducidas a un estricto minimalismo, en parte porque Wick, o sea Reeves, hablaba tanto como Alain Delon en una película de Jean-Pierre Melville.

La más pura acción, en cambio, cobraba el máximo protagonismo. Y por «pura acción» queremos decir una coreografía tan perfecta como brutal, tan realista en cada uno de sus golpes como fantástica en su conjunto: ningún ser humano podría soportar, ni repartir, tanto dolor en la realidad, aunque resulte totalmente creíble en la gran pantalla. Una acción, en definitiva, tan violenta como estilizada, conceptualizada, elevada a la abstracción en sofisticados decorados imposibles. Algo así como expresionismo abstracto.

Keanu Reeves solo dice 380 palabras en John Wick 4: el actor eliminó casi todos los diálogos

Entre otras muchas referencias, John Wick tuvo dos grandes precedentes: el llamado Gun-Fú, combinación de artes marciales y armas de fuego, popularizado por John Woo, rey del cine de acción made in Hong Kong en los 80, y la saga Matrix, donde se forjó la alianza entre Reeves y Chad Stahelski, su doble en la franquicia de las hermanas Wachowski, reconvertido en cineasta con la primera película de John Wick.

Reeves ya ha dicho que, sin Stahelski, no habrá quinta entrega. Y va para largo, porque el ahora consolidado cineasta tiene una docena de proyectos en marcha. En verano de 2024, sí llegará la no menos esperada Ballerina, un spin-off centrado en la mafia rusa que dirige Anjelica Huston. No sólo está rodadísimo y cuenta con Reeves (esta vez a las órdenes de Len Wiseman, de la saga Underworld), sino que la heroína no es otra que nuestra adorada Ana de Armas, que ya demostró lo que vale, en cuanto a cine de acción, en aquella memorable secuencia de Sin tiempo para morir.

Lo que llega a Prime Video este viernes 22 es el primero de los tres capítulos de The Continental, precuela de John Wick, aunque sin John Wick, que explica cómo Winston Scott, el personaje de Ian McShane en la saga -aquí interpretado por Colin Woodell- le arrebató la dirección del Hotel Continental de Nueva York a un malvado Mel Gibson, muy en su salsa, a lo largo de una auténtica batalla campal que prácticamente ocupa todo el tercer capítulo.

Los Continental son como unos Hilton exclusivamente reservados para los miles de asesinos profesionales que pueblan el universo de la franquicia. Previo pago de una moneda acuñada por la Alta Mesa, pueden aparcar sus armas y entregarse a una vida de lujo. La violencia no está permitida en el establecimiento, una regla que salta por los aires en esta serie con excéntricos super-asesinos adictos al Gun-Fú.

La ambientación setentera implica un fuerte aroma a Blaxploitation, con guiño directo a la icónica Coffy (1973). El cine de género de la comunidad afroamericana maridó muy bien con el Kung-fú. Aquel mismo año, el campeón de taekwondo Jim Kelly se enfrentó a Bruce Lee en Operación Dragón. El no menos afroamericano Albert Hughes, famoso por películas como Infierno en Los Ángeles, dirige el primer y tercer capítulo, mientras que Charlotte Brändström se hace cargo del segundo, asegurando que las chicas no se queden atrás a la hora de repartir leña, caso de la afroamericana Jessica Allain, la vietnamita Nhung Kate y la hispana Mishel Prada. Todos los colores del cine de acción.

The Continental arranca con una larga escena que es puro John Wick: aunque Ben Ronson no tiene la estilizada figura de Reeves, también viste de negro, y sobre todo baja unas interminables escaleras luchando y disparando contra un ejército infinito de asesinos con armas automáticas.

La serie se distingue sin embargo de las películas porque entre esta brillante introducción, y el clímax de los anunciados 57 minutos de violencia sin descanso, se habla demasiado y se explica más de lo que quizás necesitábamos saber. A nivel de imagen y de puesta en escena, tampoco alcanza la espectacularidad insuperable de la pantalla grande. Pero, como plan casero de viernes noche, es una fiesta. Y no falta música. Una selección efectiva, aunque previsible: entrada en club al ritmo de I Feel Love, incluso el Daddy Cool, de Boney M, y hasta nuestro Yes Sir, I Can Boogie como banda sonora para destrozarle la cara a puñetazos a un hombre atado a una silla. Nada muy sutil.

Texto original: El Mundo

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