Ante la amenaza de la inteligencia artificial, ahora, los escritores se encuentran preocupados por como la aplicación reemplaza a los humanos

por Albert Sanchis (El Confidencial)

etflix ya no se esconde en un tema que llevaba meses debatiéndose entre los directivos de la compañía. Ted Sarandos, su CEO, lo ha dicho sin tapujos: la inteligencia artificial generativa no solo está aquí para quedarse, sino que ya ha debutado oficialmente en su catálogo. La escena del derrumbe de un edificio en El Eternauta, la aclamada serie argentina de ciencia ficción basada en el clásico de Oesterheld, ha sido, según Sarandos, «la primera secuencia de larga duración con IA generativa que aparece en pantalla en una producción original de Netflix».

Foto: Un fotograma del tráiler de 'El Eternauta' (EFE/Netflix)

La escena, creada con herramientas de IA para producir imágenes y vídeos a partir de indicaciones de texto, se terminó diez veces más rápido y con un coste muy inferior al de los efectos visuales tradicionales. Y eso, para una serie con presupuesto ajustado, es la diferencia entre sobrevivir y ser cancelada. «El coste simplemente no habría sido viable», aseguró Sarandos.

Lo interesante no es solo que la IA se haya usado, sino cómo se justifica su uso. Netflix defiende que esta tecnología abre la puerta a que creadores independientes y proyectos más modestos accedan a tecnología que antes eran exclusivas de los blockbusters. De hecho, su uso en la compañía californiana no se limita a los efectos especiales. Desde hace años, se aplica en la personalización de contenido, búsqueda, publicidad y, próximamente, en anuncios interactivos. Según ellos, la IA no sustituye a los creadores, sino que los potencia. «Se trata de personas reales que realizan un trabajo real con mejores herramientas», recalcaba su CEO.

Pero, aunque sus palabras suenen alentadoras, el sector está dividido. En Hollywood, el uso de la IA generativa fue uno de los detonantes de la huelga de actores y guionistas en 2023, que paralizó la industria durante meses. Los sindicatos exigieron reglas claras sobre el uso de réplicas digitales, la clonación de voces, la escritura automática de guiones y la utilización de obras previas para entrenar modelos. El miedo es lógico: a medida que herramientas como Sora, de OpenAI, o Veo, de Google, muestran su capacidad para crear escenas ultrarrealistas a partir de texto, muchos temen que los estudios estén preparando un futuro donde el trabajo humano sea cada vez más prescindible.

Mientras tanto, en Burbank, California, el ambiente que se respira es muy distinto. En los pasillos de las oficinas de Disney, la IA no se ve tanto como la llave para ahorrar en presupuesto, sino como una bomba de detonación. El estudio, que durante décadas ha sido guardián de algunos de los personajes más reconocibles del planeta, enfrenta ahora una disyuntiva mucha más compleja: ¿cómo incorporar inteligencia artificial sin dinamitar la base sobre la que construyó su imperio?

Cuando el estudio se embarcó en la producción de la versión en acción real de Moana, en medio de una agenda apretadísima, una pregunta surgió en la mente de algunos responsables: ¿y si no necesitáramos a Dwayne Johnson en el set todos los días? El actor iba a repetir su papel como Maui, pero para algunas tomas, Disney pensó en utilizar a su primo (que está igual de cachas) como doble de cuerpo, y luego aplicar un deepfake con el rostro de Johnson, generado mediante IA. La empresa Metaphysic, especializada en este tipo de efectos, iba a ser la encargada de desarrollar este “doble digital”. Johnson dio su aprobación, pero el plan naufragó tras 18 meses de negociaciones legales.

Este no fue un caso aislado. Durante la preproducción de Tron: Ares, Disney exploró una idea similar: hacer que el personaje Bit estuviera alimentado por un sistema generativo que respondiera preguntas del público en tiempo real. Da la casualidad que justo en ese momento se estaban renegociando los contratos con los sindicatos. Y el temor a titulares del estilo “Disney usa IA para reemplazar humanos” hizo que la propuesta también se abandonara. Ocurría además en un momento en el que la compañía tuvo que defenderse de las críticas sobre que están pasando por dificultades creativas y se han centrado demasiado en reciclar franquicias antiguas.

La tentación (y el temor) de los grandes estudios

Ambos fracasos ilustran bien el lío interno de la compañía del ratón sobre este tema: por un lado, hay directivos que ven en la IA una vía para ahorrar decenas de millones; por otro, abogados, sindicatos y directivos escépticos temen que la compañía pierda el control y el alma. Hay que recordar que Disney es la dueña de algunas de las propiedades intelectuales más valiosas del planeta. Mickey, Buzz Lightyear o Elsa no pueden caer en manos de cualquier modelo de IA entrenado con datasets ajenos. El menor descuido legal o la cesión de derechos a terceros podría poner en riesgo su modelo de negocio. Recientemente, junto a Universal, Disney demandó a Midjourney, una de las empresas más conocidas de IA generativa, acusándola de copiar sus personajes protegidos por copyright para entrenar sus sistemas. En la demanda se incluían imágenes que mostraban a los Minions o a Darth Vader en situaciones no autorizadas.

Pero las preocupaciones van más allá de los guiones y las historias. En Disney temen que si un fan crea un vídeo viral con Darth Vader bailando con Spider-Man en Fortnite, donde, de hecho, han ofrecido experiencias interactivas con avatares generados por IA, no quede claro quién es el dueño de ese contenido. ¿El jugador? ¿El estudio? ¿Epic Games? ¿La IA que lo generó? El miedo reside en que, sin un marco legal claro, el estudio pierda el control de su propiedad intelectual, algo inadmisible para una empresa que durante décadas prohibió que sus personajes se relacionaran con los bienes de consumo que fabrica, y mucho menos a combinarlos sin sentido. Por ejemplo, cuando princesas como Cenicienta y La Bella Durmiente aparecen en el mismo producto, como un póster, los diseñadores deben asegurarse de que sus miradas se fijen en diferentes direcciones, para que todos los personajes vivan en su propio «universo».

La historia de Disney en realidad está llena de paradojas tecnológicas. Cuando Pixar produjo imágenes digitales para La Sirenita en 1989, los ejecutivos lo mantuvieron en secreto para no “quitarle la magia” a la animación tradicional. Hoy, ese pudor se ha exacerbado. La IA choca con el ADN de un estudio que ha vendido durante un siglo la idea de que cada historia debe parecer única y artesanal.

Mientras, otros estudios como Lionsgate, Sony o A24 ya han firmado acuerdos con empresas como Runway para integrar la IA en su flujo de trabajo, desde rejuvenecimientos digitales hasta efectos visuales. La película Here, un estreno de Sony que narra una historia que dura décadas, utilizó IA generativa para rejuvenecer a Tom Hanks y Robin Wright. Cuando llegó el momento de promocionar la película, Hanks hizo un chiste durante una aparición en The Late Show with Stephen Colbert, pidiendo a la banda de música del programa que tocara una secuencia de notas punzantes cada vez que usara el término IA. «Todo el mundo se asusta cuando lo mencionas», bromeó.

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